Adicto + comedia romántica

La una novela persigue a la otra como un perro a su presa.  Y cuando la agarra, no la suelta.  Por eso, la primera pregunta que surge al leer “Adicto + comedia romántica” es ¿en realidad son dos novelas? Y la respuesta emerge, por igual, de la primera o de la última página del libro: es una historia dual, de un narrador privilegiado en el difícil arte de contar.

Porque a través de las setecientas y pico de páginas del libro (que ya es decir bastante para este siglo vertiginoso) el lector se encuentra con un escritor que sabe del oficio y maneja la palabra a veces con un envidiable desenfado, a veces con una profundidad de filósofo, a veces con la soltura de un juglar pero siempre, siempre, como alguien que es capaz de desgarrarse y, desde las profundidades de sus vísceras y desde los más oscuros recovecos de la memoria, mostrarse tal como es, sin esguinces ni subterfugios, sin mentiras ni perdones y al mismo tiempo con ramalazos de un humor desenfadado y en ocasiones negro.

El título, un sí y un no desconcertante, lo dice todo: la adicción tiene una presencia gravitante que repele y subyuga al mismo tiempo y que mantiene a uno de los protagonistas (y al lector), al borde del precipicio: ¿terminará cayendo hasta el fondo, allá donde no es posible llegar sin estar muerto o saldrá del pozo oscuro en el que está metido y alcanzará a tomar la primera vivificante bocanada de aire? Tanto misterio, tanto dolor, tanta ira, tanto desconcierto alcanzan para que el lector tiemble, al igual que el personaje, párrafo a párrafo, línea a línea, palabra a palabra.

Y está el amor, con ese signo de + que une a los dos cuerpos del título.  Un amor desbocado, apasionado, ciego, como es todo amor verdadero: desbocado, apasionado, ciego.  Y dulce.  Y tierno.  Y frenético.  Y loco.

Entre los azares tormentosos de la vida cotidiana van apareciendo muchos personajes, todos sólidos: los miembros de una familia conflictiva, con un padre de carácter y valores rígidos, un hermano libertino e inescrupuloso y una madre que no da tregua para rescatar a su hijo adicto; psicólogos, periodistas, pintores, músicos.  Todo en medio de un horizonte nebuloso, gris, apenas iluminado por los destellos de un sexo delirante.

Esa historia totalizadora y envolvente (que nos remonta de alguna manera a aquellas del siglo XIX) solo podía ser narrada por alguien con oficio, por alguien que sabe cuánto pesa el verbo, por alguien que ha leído mucho, ha escuchado mucho, ha visto mucho.  Y ha sentido, en carne propia, mucho.

“Adicto + comedia romántica” es, pues un texto que, recién salido del horno, tiene ya un destino: el de perdurar en la mente del lector, pero, sobre todo, en el tiempo.  En todos los tiempos que nos restan.