La Mariscal dio a la ciudad otra fisonomía del todo distinta a la de ese Quito conventual y pacato que creció alrededor de la Plaza de la Independencia y que un día decidió expandirse hacia el norte en busca de vientos más refrescantes que lo situaran de cara al mundo y lo pusieran frente al nuevo siglo que se avecina, aun a riesgo de contagiarse de todos los vicios y todos los excesos. Personajes, anécdotas, datos, sitios, se entrecruzan en las páginas de este libro, cuya lectura resulta apasionante porque, partiendo de la memoria, llega hasta la realidad actual, en que el crimen y las drogas van ganando el espacio que, hasta hace poco, ocupaba una bohemia libre y despreocupada.
La Mariscal – La inocencia perdida
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